A CONTINUACION TRANSCRIBIMOS UN CUENTO DE EDUARDO ROLLAND
A mediados de septiembre, envié una postal desde Gambia, república africana donde me hallaba grabando un documental. A mi regreso, y con el paso de semanas y de meses, di la tarjeta por perdida y la supuse decorando alguna choza, en un país donde la palabra pobreza no alcanza a describir la situación dramática de sus habitantes.
Sin embargo, para mi sorpresa, y la del destinatario, la postal llegó. Lo hizo el pasado sábado, 20 de diciembre, tres meses después de que la depositase en un agujero en la pared, que hacía las veces de buzón en la oficina postal de una aldea llamada Bakau.
De inmediato, comencé a especular con las aventuras que habría vivido la postal en su largo viaje entre dos continentes y dos mundos. En mi imaginación, durante cien días, la tarjeta habría viajado de mano en mano, quién sabe por qué países y funcionarios, atravesando qué dificultades, transportada en qué tipo de medios de locomoción, como si fuese la botella de Coca Cola de Los dioses deben estar locos.
Pero una noticia del diario cortó en seco mis ensoñaciones: Las cartas que se envían desde Vigo, con destino a Vigo, son transportadas por Correos hasta Santiago, desde donde regresan a nuestra ciudad, una vez que son clasificadas. Tamaña ridiculez, impropia de nuestro primer mundo, consigue que el correo se retrase sin razón alguna y que lo tengan paseando por media Galicia, cuando lo podrían entregar en la puerta de enfrente.
Por otra parte, los sindicatos del ramo se quejan de que en Navia, Parque Tecnolóxico y A Miñoca, apenas se ha reforzado el servicio, con lo que los carteros no dan abasto para repartir el correo, en unas zonas donde la población se ha multiplicado en los últimos años de forma exponencial.
Y, para terminar de retratar el panorama, fui el lunes a una oficina de Correos, a recoger un certificado, y comprobé que, junto a la muy amable señora que me atendía, había un gigantesco dispensador de chicles, gominolas y piruletas. Cuando pregunté a la buena mujer si aquello era un bulto para franquear, me informó que no: Que eran para vender. Así que, por lo visto, los trabajadores de Correos, ahora tienen también la obligación de vender chucherías.
Ante la triple experiencia, volví a pensar en mi postal de Gambia e interpreté las cosas de otra forma. Ya no la imaginé viajando por el África subsahariana a lomos de un borrico, transportada en una bicicleta, ni atravesando el desierto hacia el Mediterráneo a lomos de un camello. Ahora tengo la convicción de que la tarjeta partió de África inmediatamente. Que fue despachada allí con absoluta diligencia. Y que, si se pasó cien días en el limbo, éste se hallaba en Santiago, donde los responsables de Correos deben estar muy ocupados decidiendo si, el próximo año, tendrán buena aceptación los sugus, los chupa-chups y los chicles de fresa.
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